La poesía de Revagliatti, como la de todo poeta que verdaderamente indaga, tiene la característica de la mirada primigenia. Un niño ve el mundo: todo es un bullente caos, las personas ya se le aparecen como misterios frenéticos. Su realidad es esta confusión primera, un montón de fragmentos: Algo que no se completa. El niño rompe objetos para conocer qué hay dentro, juega con las piezas astilladas.

Esta poesía denota la falta de certezas, la necesidad de eludir el lenguaje de la comunicación, para volverse un lenguaje de dislocación. La escritura, así quebrada, combate cualquier sumisión a los academicismos.

Revagliatti encubre detrás de sus destellos lúdicos el desapego. El poeta parecería decirnos: no te tomes tan en serio. Hablamos de la parodia del yo.

Nombrar y desnombrar, desarticular el mundo, sus falsas piezas, sus ilusorias certezas. El autor dice y desdice: evade el centro, no hay núcleo, hay espiral. Poesía que con su irreverencia se acerca a un abismo. Se habla de la muerte sin nombrarla, se habla del fracaso sin nombrarlo. Todo el tiempo se está deshaciendo un nudo.

No hay principio ni fin, esta escritura forja un continuum. En el principio está el fin y en el fin se vuelve a empezar. Todo el tiempo se teje y desteje una trama. Habría que abrir, abrirse, cerrarse luego para no caer en el espejo, que mata pasado, presente y futuro. Descrean, parece decir el poeta, que este tejido de la vida, como la escritura, no tiene otro fin que destejerse.

El punto en el que se patea el tablero es un acto extremo en sí mismo. Todo es desnombrado para ser creado de nuevo una y otra vez hasta que caiga la imagen y advenga el silencio. El poeta se aleja de los lugares de poder, de la idea de un sentido unívoco. Para instalarse en una palabra que al final también explotará.

‘Habría de abrir’, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 108 páginas, septiembre 2023.

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