Las flores del búnker no es simplemente un libro de relatos: es una experiencia sensorial extrema, un descenso sin pasamanos a un territorio literario que rehúye cualquier refugio de certeza. Cesc Fortuny i Fabré se sitúa deliberadamente en el terreno movedizo de la literatura experimental y de vanguardia, donde las estructuras narrativas se fragmentan, se contaminan entre sí y mutan como organismos vivos, generando un tejido textual que exige un lector dispuesto a perder pie, a dejarse arrastrar por el vértigo de lo desconocido.
En estas páginas, las voces narrativas se multiplican y se solapan, a veces en primera persona, otras en coros colectivos o en registros que rozan la liturgia ceremonial o la transcripción científica. Este cambio constante de perspectiva no es un mero artificio: es parte esencial de la atmósfera, un mecanismo para disolver las fronteras entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo íntimo y lo cósmico, entre lo humano y lo monstruoso.
El paisaje que recorre Las flores del búnker es onírico y surrealista, pero no en la vertiente amable del sueño: aquí el onirismo es materia orgánica y viscosa, plagada de imágenes que huelen, que sangran, que se pudren y se regeneran. Hay una plasticidad carnal en la prosa de Fortuny i Fabré que mezcla lo biológico y lo arquitectónico, lo tecnológico y lo ritual, para crear un ecosistema donde el terror no proviene tanto de la amenaza externa como de la contaminación íntima, del extrañamiento de la propia carne.
Este universo narrativo podría enmarcarse dentro de la ciencia-ficción-terror postapocalíptica, pero sería injusto reducirlo a una etiqueta genérica. Si hay restos reconocibles de la tradición —el paisaje devastado, las comunidades supervivientes, la tecnología incomprensible, la biología mutante—, están deformados hasta volverse irreconocibles, absorbidos por una imaginería personalísima que fusiona la física teórica con la imaginería litúrgica, la taxonomía natural con el lenguaje ceremonial, el relato de ciencia con el del mito fundacional.
La sensación de clausura que transmite el título no se limita a un espacio físico: el “búnker” es tanto un enclave literal como un estado mental, un receptáculo para memorias en descomposición, un útero hostil donde la vida y la muerte conviven en una misma masa orgánica. El recipiente, el hongo negro, la Flor y las demás entidades que pueblan estos relatos funcionan como símbolos y organismos a la vez, mutando entre lo metafórico y lo tangible, hasta que ambas dimensiones son inseparables.
En este sentido, Las flores del búnker es también un laboratorio de lenguaje. El texto no se limita a narrar: infecta, desorienta, introduce parásitos en su propio discurso, igual que sus criaturas insertan fragmentos ajenos en los libros o contaminan la memoria de los personajes. Fortuny i Fabré utiliza el exceso verbal, la repetición y la acumulación sensorial como herramientas de inmersión, pero también como forma de romper la linealidad narrativa y de someter al lector a un flujo continuo de imágenes que operan más allá de la lógica.
Este no es un libro que busque la belleza ni el consuelo. No hay redención en sus páginas, ni nostalgia por un mundo anterior. El placer de la lectura aquí es un placer extraño, áspero, que nace de la fascinación ante lo orgánico y lo monstruoso, de la contemplación de un universo que se deshace y se recompone constantemente, como un organismo enfermo que rehúsa morir.
Las flores del búnker es, en última instancia, un desafío al lector: una invitación a habitar un territorio donde el lenguaje, la materia y la memoria están en estado de mutación permanente, y donde las flores que crecen —si es que crecen— lo hacen sobre un humus de ceniza y carne.
Las Flores del Búnker no solo se lee, también se escucha. La obra cuenta con una banda sonora original creada en paralelo al libro y publicada por el sello La Náusea Records.
Disponible en Bandcamp

Autor: Cesc Fortuny i Fabré
Género: Narrativa
Idioma: Español
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