Corre una conocida historia sobre el pintor rumano Víctor Brauner y sobre su ojo.

Estamos en el París de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. La capital francesa es un hervidero de artistas, de ideas y de provocaciones. En 1930, Víctor Brauner se instala en la ciudad y se introduce en el grupo surrealista de la mano de Yves Tanguy. Un año después pinta un autorretrato que será premonitorio. Pinta su propio rostro pero sin el ojo derecho, como si fuera tuerto. La verdad es que el cuadro da un poco de grima, pues se advierte una gran herida que le va desde el ojo hasta la mitad de la mejilla.

Años después, en agosto de 1938, en medio de una fuerte discusión entre los artistas Óscar Domínguez y Esteban Francés, Brauner intentó proteger a Esteban de la ira del pintor canario, con tan mala fortuna que el objeto de cristal lanzado por Óscar golpeó en el rostro de Víctor y le sacó su ojo derecho. De esta forma, esa representación premonitoria se convirtió en realidad, cosa que provocó un cambio en el carácter de Brauner. Se cuenta que a partir de entonces, el artista rumano expresó sus ideas, sus pensamientos con más claridad y que ganó en confianza y autoridad.

¿Fue ese hecho, nos preguntamos, una simple casualidad?

El surrealismo siempre ha tenido un fuerte componente visual. Los poetas buscan esas imágenes inconscientes que suceden en el sueño. Los pintores pintan esas imágenes como reflejo de una realidad otra, de una realidad que, para ellos, les debe liberar de la tiranía de lo cotidiano. Pero, si nos esforzamos un poco, observamos que apenas ninguno de ellos se preocupó y se ocupó de los sonidos: ¿La surrealidad se puede plasmar en sonidos? ¿El inconsciente puede expresar, puede producir sonidos? ¿El sonido puede mostrar esa otra parte del espejo?

Cuando era adolescente iba, con algunos amigos y una grabadora portátil barata, por los cementerios intentando conseguir voces del más allá. No recuerdo haber tenido mucho éxito, pero si recuerdo alguna vez, en que si uno se esforzaba un poco, podía identificar alguna frase más o menos inconexa.

Leí, mucho tiempo después, que uno puede identificar palabras o frases en los ruidos grabados al azar, porque el cerebro tiende a completar, a dar significado a aquello que es fragmentario. Es como cuando miramos unas nubes y vemos, por ejemplo, un caballo. Sabemos que no es un caballo, que puede parecerse a un caballo, y entonces nuestro cerebro lo completa y ya no podemos dejar de ver la nube como un caballo. También nos puede pasar algo parecido con el azar. El azar es arbitrario, pero si nos obsesionamos con algo, por ejemplo algún número, empezaremos a verlo por todas partes: en las matrículas de los coches mientras circulamos por la carretera, en los números de la lotería, en la página que marcamos para seguir la lectura de un libro… el azar, de hecho, se convierte en objetivo, en azar objetivo.

Parece, entonces, que es inevitable preguntarnos si el azar objetivo es una realidad externa a nosotros o, por el contrario, somos nosotros quienes la accionamos, quienes inducimos su aparición.

El surrealismo creía en el deseo como motor para una nueva sociedad, para un nuevo arte. El deseo inconsciente debía expandirse por todos los territorios posibles, ocupar todo el territorio humano. Aquello que parecía una utopía creo que, ahora en plena hipermodernidad, se ha cumplido, pero en forma de pesadilla.

Las patologías y especialmente el delirio campan a sus anchas constituyendo nuestra realidad. Nada nos define mejor que esas psicopatologías que nos envuelven, que nos rodean. Si Víctor Brauner estuviera vivo se preguntaría: ¿esta realidad psíquica y enferma que nos envuelve y que, a la vez, nos define y estructura como sociedad, es una realidad externa a nosotros o, por el contrario, somos nosotros quienes la proyectamos? Dicho de otra forma: ¿Esta pesadilla capitalista basada en el delirio del progreso material y continuo hasta el infinito en la que vivimos es una realidad que se desarrolla al margen de nosotros, como si tuviera una vida propia y consciente o, por el contrario, es una proyección de nuestro inconsciente colectivo, es una especie de Leviatán que se ha constituido con la suma de todos nuestros deseos más íntimos?

¿Quién sabe?

Podemos imaginar el capitalismo como una pesadilla colectiva que se encarna provisionalmente y que muta sin descanso. Son nuestros nuevos deseos, nuestros incesantes anhelos el motor de ese monstruo gigantesco. Su forma cambia en todas direcciones, prueba todas las posibilidades aprovechándose de nuestras ansias y afanes.

El realismo capitalista es algo así como un caos reptante que se arrastra entre nosotros y que solo unos pocos pueden intuir en su totalidad. Es como una especie de horror material, como un ser primordial imaginado por Lovecraft, pero que no surge de ningún portal cósmico, ni proviene de ninguna otra dimensión. Este realismo capitalista no se origina en los tiempos antes del tiempo sino que proviene de la suma informe de todas nuestras psicopatologías colectivas, nace de los miedos creados por todos y cada uno de nosotros. Nos conoce bien, nos conoce como si nos hubiera parido y lo sabe todo de nosotros porque, quizá, es la sombra que nos susurra desde la oscuridad de nuestro inconsciente.

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Ferran Destemple

Soy filólogo de formación, pero siempre he rebuscado en lo visual y en lo sonoro aquello que el texto no me llega a ofrecer. Para mí no hay jerarquía entre estos elementos, se mezclan, se arañan o se fusionan mejor o peor dependiendo del soporte. El soporte determina el contenido y el contenido busca el soporte adecuado.

Destripar los interiores del texto, del sonido y de las imágenes y volverlos a montar, como si de un monstruo de Frankenstein se tratara, es un divertimento al que no pienso renunciar.
Me considero un amateur y eso me libera de angustias y obligaciones y me permite fracasar y equivocarme más y mejor.

Si os pica la curiosidad podéis visitar la web de AutismosAutomáticos que coordino al alimón con Pepa Busqué.

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